viernes, 21 de noviembre de 2014

El último autorretrato de Rembrandt.

Copiar es adentrarse en la mente de otro, copiar la imagen de uno; un trabajo de introspección. La afición de los grandes pintores por los autorretratos es bien conocida. Es casi un anhelo humano conocerse a través de lo que cada cual conoce, y, desde luego, lo que los pintores conocen es la pintura, aquellos que se atreven a autorretratarse desde la sinceridad descubrirán, en su imagen aquello, que aunque continuamente presente, se halla oculto.

Es bien conocida la gran cantidad de autorretratos que nos legó Van Gogh, sin embargo la gran cantidad de autorretratos de Rembrandt son también una gran expresión de su envejecimiento, de toda su evolución física artisitica y personal.

De entre todos (casi 90), en los que se muestran diferentes momentos y enigmas de su vida, quizá uno de los más impresionantes es su último autorretrato, en el que mirada tan penetrante es obvio está enfrentándose ante el enigma de la muerte, una mirada que apenas cambia en todos sus autorretratos, aunque en este último tenga , un ligerto toque apenas imperceptible, pero presente, que refleja, la serenidad de ser el último.

Este autorretrato, es tan próximo y tan real que es seguro que no está muerto, ¡sigue vivo!, y con toda su fuerza y sinceridad, hay que ser bravo y templado para enfrentarse a la realidad de esa nariz, que el mero hecho de pintarla con veracidad parece una ofensa, Es la verdad de esa nariz la que conecta al pintor y al observador: al retratante, al retratado y al observador, que en el proceso de creación de un autorretrato es la misma persona.

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